Por: Manolo Pichardo
Los líderes son el producto de la realidad social, son criaturas de los procesos económicos y sociales que mediante la selección natural, acompañada en muchas ocasiones por la casualidad en su rango de categoría histórica, surgen como canales o instrumentos visibles por donde se expresa la convergencia de acontecimientos que narran los hechos con que se construye la historia; es decir, los hombres como individuos aislados, al margen del engranaje de las relaciones sociales, no producen los sucesos que, como la toma del Capitolio el pasado 6 de enero, marcan la vida política de un país.
Partiendo de este razonamiento, el asalto, el forcejeo, la laxitud de las fuerzas de seguridad frente a los asaltantes, los “selfies” entre los enfrentados; el humo, los disparos, la sangre, las muertes y los demás incidentes acaecidos en la casa del congreso estadounidense, luego del “post” en Twitter del presidente Donald Trump en el que anunció una “manifestación salvaje”, no son solo el producto de un autócrata narcisista con patológicos deseos de atención que gobernó cuatro años imprimiéndole a su administración el sello de una personalidad díscola que lo condujo a desconocer el triunfo de Joe Biden.
Las raíces de ese evento están en un proceso de descomposición de la sociedad expresada en el desmonte de la cohesión social que se fue construyendo a partir de las políticas implementadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt después de la Gran Depresión que estalló en 1929, que apostó a la expansión del gasto para obras de infraestructuras, regulaciones en el orden financiero y medidas de carácter social que dieron impulso y vitalidad a la economía, creando una sociedad con una fuerte clase media que disfrutó de estabilidad económica hasta que, a partir de los años 80, Ronald Reagan bajo la asesoría de los banqueros y académicos al servicio de éstos, inició su gobierno diciendo que recuperar la prosperidad económica de la nación era la prioridad de su administración, algo así como la proclama de Donald Trump de devolver la grandeza a los EE.UU. poniendo a ganar más a los ricos.
El anhelado proyecto banquero/académico encontró espacio en la gestión Reagan: la liberalización del comercio y la desregularización del sector financiero y laboral, y reforma fiscal regresiva, se constituyeron en una acometida brutal que cayó en las manos de Alan Greenspan desde la presidencia de la Reserva Federal, un hombre que venía de ser asesor de banqueros corruptos que, violando las leyes para evadir las regulaciones en el sector financiero, sobre todo en las asociaciones de ahorros y préstamos, hicieron uso del dinero de sus clientes para inversiones de riesgo, lo que llevó a la quiebra a cientos de estas instituciones, costando a los contribuyentes 124 mil millones de dólares.
Por: Manolo Pichardo
Los líderes son el producto de la realidad social, son criaturas de los procesos económicos y sociales que mediante la selección natural, acompañada en muchas ocasiones por la casualidad en su rango de categoría histórica, surgen como canales o instrumentos visibles por donde se expresa la convergencia de acontecimientos que narran los hechos con que se construye la historia; es decir, los hombres como individuos aislados, al margen del engranaje de las relaciones sociales, no producen los sucesos que, como la toma del Capitolio el pasado 6 de enero, marcan la vida política de un país.
Partiendo de este razonamiento, el asalto, el forcejeo, la laxitud de las fuerzas de seguridad frente a los asaltantes, los “selfies” entre los enfrentados; el humo, los disparos, la sangre, las muertes y los demás incidentes acaecidos en la casa del congreso estadounidense, luego del “post” en Twitter del presidente Donald Trump en el que anunció una “manifestación salvaje”, no son solo el producto de un autócrata narcisista con patológicos deseos de atención que gobernó cuatro años imprimiéndole a su administración el sello de una personalidad díscola que lo condujo a desconocer el triunfo de Joe Biden.
Las raíces de ese evento están en un proceso de descomposición de la sociedad expresada en el desmonte de la cohesión social que se fue construyendo a partir de las políticas implementadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt después de la Gran Depresión que estalló en 1929, que apostó a la expansión del gasto para obras de infraestructuras, regulaciones en el orden financiero y medidas de carácter social que dieron impulso y vitalidad a la economía, creando una sociedad con una fuerte clase media que disfrutó de estabilidad económica hasta que, a partir de los años 80, Ronald Reagan bajo la asesoría de los banqueros y académicos al servicio de éstos, inició su gobierno diciendo que recuperar la prosperidad económica de la nación era la prioridad de su administración, algo así como la proclama de Donald Trump de devolver la grandeza a los EE.UU. poniendo a ganar más a los ricos.
El anhelado proyecto banquero/académico encontró espacio en la gestión Reagan: la liberalización del comercio y la desregularización del sector financiero y laboral, y reforma fiscal regresiva, se constituyeron en una acometida brutal que cayó en las manos de Alan Greenspan desde la presidencia de la Reserva Federal, un hombre que venía de ser asesor de banqueros corruptos que, violando las leyes para evadir las regulaciones en el sector financiero, sobre todo en las asociaciones de ahorros y préstamos, hicieron uso del dinero de sus clientes para inversiones de riesgo, lo que llevó a la quiebra a cientos de estas instituciones, costando a los contribuyentes 124 mil millones de dólares.