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36 mil mujeres amenazadas

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La mujer, en verdad, vive al filo de la muerte en nuestro país. Su vida y su dignidad están a merced, en millares de casos, de los abusos, las desconsideraciones y los ataques mortales que perpetran sus parejas o exparejas.

La más sobrecogedora evidencia de ese peligro la constituye el hecho de que solo en los primeros seis meses de este año se han formalizado 35,885 denuncias de agresión o de tentativas de agresión en las distintas unidades de atención a víctimas de violencia de género.

De ese enorme caudal de denuncias se han desprendido 14,279 órdenes de protección que, en la práctica, se convierten en letra muerta, en una benevolente utopía para quien se crea que con ellas se obtiene un seguro de vida.

En verdad, el objetivo que procura la justicia al emitir estas órdenes es que los acusados de ejercer violencia contra la mujer, o intentarla, no se acerquen a sus parejas o exparejas ni a sus domicilios, y se comprometan a respetar una serie de restricciones de conducta y a hacer acto de presencia en las fiscalías una vez al mes.

Pero las amargas y luctuosas experiencias que el país ha conocido de casos de mujeres asesinadas por hombres a los que se les habían dictado estas órdenes de alejamiento, arrojan fuertes dudas sobre la eficacia de ese inseguro mecanismo de “disuasión”.

Las estadísticas de las querellas hablan por sí mismas de la magnitud del problema, del tamaño de esta epidemia de acosos, y de la imposibilidad material de que la autoridad pueda monitorear permanentemente los movimientos de 14,000 o más hombres fichados como potenciales agresores, para evitar que se cometan más feminicidios.

En la medida en que se visibiliza esta imposibilidad, más miedo emerge sobre el destino de tantas mujeres virtualmente sentenciadas a sufrir o a morir por culpa de los instintos criminales o antihumanos de sus exparejas o maridos.

Entonces, es obvio que hay que repensar el modelo de prevención y castigo de los feminicidios, haciendo más dura la acción punitiva de la justicia y más riguroso el control de los potenciales agresores que andan por las calles con unas órdenes de alejamiento que, para ellos, constituyen un simple e inútil pedazo de papel.

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