Por: Orlando Gil
Ante el éxito no queda de otra que inclinar la cabeza a manera de reconocimiento. Luis Abinader no logró la corona de campeón en la primera subida al cuadrilátero, sino en la segunda.
No tuvo que esperar una tercera, que al decir del refrán es la vencida.
Nadie se ocupa de remontar el triunfo, pero no hay duda de que hizo muchas cosas contrarias al librito, y se creyó entonces, y queda desmentido ahora, que el régimen estaba mejor posicionado y con mayores posibilidades.
Así van las cosas, y en cierto modo escribe su historia con estilo propio, e inexplicable. No quiere mojarse los pies o las manos o el cuerpo y deja que los tiburones de la corrupción sean apresados por la sociedad civil.
Será justicia ajena y nunca tendrá el título de Vengador, como se esperaba por las ínfulas de campaña. Fue discurso de ocasión que sintonizó con la calle o con la plaza.
El PRM quisiera más gobierno, porque en el reparto no llega a hartazgo, y con cuotas mínimas no se fortalecería para futuras jornadas y próximas victorias.
Incluso se teme que regale instancias que después podría necesitar, pues el poder no es lineal, sino gráfico con líneas que igual suben que bajan. Y cuando están abajo difícilmente se eleven a voluntad.
Martes temprano en la mañana no se tienen pelos y señales de los nuevos titulares de la Junta Central Electoral, pero si muchas murmuraciones, fuera y dentro del partido.
Se da como un hecho que la presidencia no irá a manos de un consagrado del PRM, sino de alguien ajeno o de cercanía ocasional.
Se dirá que la comisión o el pleno del Senado actuarían con independencia, aunque sería una independencia tan especial que consulta. El poder es poder hasta cuando renuncia a sus potencias o se excusa o rehúye responsabilidades. Lo que se hace contra el partido, más tarde o temprano se devolverá. Los errores, todos, se cobran, solo que en oportunidades en el peor de los tiempos y de forma implacable.