Por: Margarita Cedeño
Hace unos días moderamos un panel virtual como parte de un evento organizado por el Gabinete de Comunicación y Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el cual participaron 4 galardonados del Premio Nobel de la Paz: los ex presidentes de Colombia y Costa Rica, Juan Manuel Santos y Óscar Arias; la defensora de los derechos humanos, Rigoberta Menchú y; Miguel Barreto, representante del Programa Mundial de Alimentos, organización receptora del premio en el 2020.
La conversación exquisita con mentes brillantes de nuestra común América Latina devino en un análisis pormenorizado y anecdótico del concepto de paz en estos tiempos de pandemia, comprendiendo la evolución de los valores que la humanidad vincula con el objetivo de la pacificación de nuestras sociedades.
Existe un consenso de que el mundo ha vivido el más prolongado período de armonía de su historia, si entendemos que la ausencia de grandes conflictos bélicos es, por sí sola, el concepto de paz al que nos debemos atener. Sin embargo, debemos movernos hacia un concepto más amplio que considere que la ausencia de las causas estructurales que generan los conflictos dentro de una nación o de una nación con otra, es el verdadero camino hacia la paz. En palabras de Óscar Arias, la paz es la ausencia de las causas de la guerra.
Es decir, mientras existan la exclusión social, diversos desórdenes sociales, la ausencia de oportunidades, la desigualdad en el acceso al bienestar, las carencias que generan la pobreza, las injusticias que devienen en malestar social y otros tantos males que aquejan a muchas sociedades, los cuales muchas veces se transforman en alguna manifestación de violencia, entonces no habremos alcanzado la paz y la armonía entre nuestros pueblos.
Hay un factor fundamental que se añade a la búsqueda de la paz en la época en la que vivimos, a lo mejor en el 1895, cuando se creó el premio, no se pensó que sería relevante. Se trata de la necesidad de armonizar la vida humana con su entorno, con la naturaleza y el respeto a los recursos que nos otorga la tierra. Juan Manuel Santos lo manifestó de una manera llana, al considerar la paz como el momento en el que la naturaleza vuelva a ser igual con la humanidad y no una subordinada.
Una manifestación clara de ese compromiso con el equilibrio con la naturaleza es el premio que fue otorgado al Programa Mundial de Alimentos, que constituye una crítica al hecho de que aún persista el hambre y la malnutrición en el mundo, cuando se producen suficientes alimentos para toda la humanidad. Combatir el hambre también es luchar por la paz, porque las poblaciones que aún enfrentan este flagelo, si no son atendidas oportunamente, obtendrán por medios violentos lo que se les ha negado por la vía pacífica.
La lección más clara de todo el conversatorio es la necesidad de la voluntad política renovada, la colocación en la agenda de los temas que impactan la armonía de los países que conforman el concierto de voluntades de la humanidad y propiciar un liderazgo empático y conciliador, que defienda la igualdad de género, la defensa de las poblaciones minoritarias, el cambio climático y la renovación de las políticas económicas y sociales. Ese es el camino por emprender para un viaje efectivo hacia la paz.