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La muerte anda montada en motores

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Si es para emboscar ciudadanos, robarles y matarlos, el más expedito medio que tienen los asaltantes es la motocicleta.

Si no es exactamente para cometer este tipo de fechorías, por lo menos el andar en un motor le confiere al conductor el privilegio de violar las leyes del tránsito, carecer de licencia y hasta de placas, con la más amplia impunidad.

Como no existen regulaciones ni controles para los usuarios de las motocicletas, el país ha presenciado impotente el uso cada vez más creciente de estos vehículos de motor en la comisión de crímenes o accidentes graves del tránsito.

Más del 80 porciento de asaltos y atentados contra la ciudadanía se perpetran desde estos vehículos. Y la autoridad lo sabe, pero no se atreve a ejercer el máximo control sobre ellos, permitiendo que sigan cometiendo actos bárbaros y salvajes contra la vida humana.

El descarado asalto a una pareja de ciudadanos en Boca Chica terminó en la dolorosa muerte de un niño de tres años de edad que, ajeno a los hechos, fue alcanzado por los disparos estando en el frente de su casa.

De nuevo la muerte vino montada en un motor.

Como muchas otras que se han registrado en el país, tanto en circunstancias semejantes como en accidentes de tránsito. Esta cadena de muertes seguirá extendiéndose en la medida en que sigamos postergando el momento de agarrar el toro por los cuernos en este anacronismo.

Unos años atrás se contempló limitar a un solo usuario el manejo de motocicletas. No prosperó la medida porque el sistema de transportación de este país depende en buena medida del “motoconcho”.

No obstante, hay fórmulas que pueden aminorar los riesgos del uso de motocicletas en crímenes, como por ejemplo creando la obligatoriedad de dotar al conductor y al acompañante de chalecos que identifiquen el número de la placa.

Pero resulta que tampoco esto ha podido lograrse, porque los motoristas, en su mayoría, andan sin placas y como chivos sin ley en las vías públicas, llevando la muerte a todos los rincones del país.

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