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Los nuevos motores del cambio

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Sea en forma de partidos que emergen en ciertas coyunturas o de figuras que tienen un carisma y valor para ser líderes, los viejos paradigmas de la actividad política han comenzado a declinar en todo el mundo y a dar paso a nuevas formas en la relación de los ciudadanos con el gobierno.

La influencia que ejercen los ciudadanos en las redes sociales ha sido determinante para hacer cambiar de rumbo algunas políticas que han trazado y pretendido imponer los gobiernos sin el consenso de la población.

Este espacio digital ha permitido que millones de personas expresen sus ideas o que se organicen movimientos para reclamar reformas, para convocar a la violencia o para llamar a la paralización de actividades, al margen de la dirección o el estímulo de los partidos políticos, que antes tenían el monopolio del control de las masas.

Uno de los más relevantes líderes del socialismo francés, el expresidente Francois Hollande, ha admitido esta realidad y la ha asumido como punto de apoyo para advertir a los partidos, sean de izquierda o de derecha, que ya las ideologías no son sus únicos pilares de sustentación.

Al participar en un conversatorio con periodistas dominicanos durante una corta visita al país, Hollande ha llamado a los partidos a renovarse o reinvertarse, o de lo contrario morirán.

Lo que antes pudiera considerarse un paradigma de democracias fuertes, como la alternabilidad en el poder entre partidos que polarizaban a un electorado, ha dado paso a un esquema incierto en que surgen nuevos movimientos, nuevos partidos, nuevos líderes, totalmente ajenos a las viejas matrices de la política.

Los países que experimentan estos cambios, según Hollande, serán más difíciles de manejar para cualquier Presidente que no tenga conciencia del valor de la discrepancia o la disidencia, o que permanezca sordo ante reclamos perentorios de los ciudadanos frente a situaciones de desigualdad social, inequidad, injusticia o inseguridad.

Los más emblemáticos movimientos populares que siguieron la ruta de “La primavera árabe”, o “La primavera del Este”, como los indignados de España, los separatistas de Cataluña o los “chalecos amarillos”, de Francia, tuvieron más fuerza que cualquier partido poderoso para provocar cambios sociales y económicos, convirtiéndose ya en inevitables interlocutores al que ningún gobierno debe desdeñar.

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