La cuarentena, de hecho, se ha diluido. Sus principales arietes, como el confinamiento y el distanciamiento físico, quedaron ya fatigados.
La ciudadanía, en alma y en espíritu, pero sobre todo en la práctica, se ha desentendido de ella.
El pueblo está tirado a las calles, liberándose de las incómodas restricciones, y retornando a nuestra innata anormalidad.
Siente que le ha ganado la guerra a la pandemia del coronavirus, aunque en dos meses y medio del estado de emergencia hemos visto morir a casi 500 ciudadanos y llevar unas cuentas de contagiados que trepa los 16,500.
El peligro ya no nos sobrecoge.
¡Qué pueblo más valiente nos gastamos!